Corrupción
Un hombre se moría. Y tenía miedo. Pero no se moría de algo
concreto, de ningún mal diagnosticado. Se moría, como la mayoría, de
haber nacido. Y para mitigar el miedo a la muerte comenzó a leer de
forma compulsiva. Y no bien se acercaba a las últimas páginas de un
libro ya había comprado otro. Y cada vez más voluminosos. Y cada vez más
importantes. Como si la Muerte fuera a pasar de largo al encontrarse
con un hombre atareado. Y así, lo que al principio era una inigualable
fuente de paz y placer, se tornó un trabajo gris, pesado. Logró sin
pretenderlo corromper el gozo de la literatura. Y el hombre, que se
seguía muriendo y seguía teniendo miedo, dejó de leer y comenzó a
escribir. Y ahí sigue, escribiendo textos cada vez más extensos y
sesudos, para no recordar que se muere…
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