domingo, 2 de marzo de 2014

Narración del habano cantor

Me compré un habano, un magnífico ejemplar de “Romeo y Julieta”. Me gasté una fortuna: más de lo que hubiera pagado por cualquier novela de Shakespeare. No veía el momento de disfrutarlo: tiempo y espacio han de conjugarse de modo perfecto para que la operación sea satisfactoria. Era tan bonito ¡y tan suave! Dicen que un buen habano es suave como la piel de una mujer… ¡ya quisiera una mujer parecérsele! Este cutis de chocolate suave y vainilla no se consigue ni con la mejor de las depilaciones… Me fuí a la cama. De repente una voz achocolatada se arranca flojito con una melodía de bolero. Allí estaba mi habano, cantando y cantando. Si me cantas así no te puedo fumar, compañero. Pero el cantaba, para espantar su miedo a ser fumado, o para distraerme y disuadirme de la fumada… vaya ud a saber. A la mañana siguiente bajó mi vecina. Nada más abrirle la puerta y ya estaba el habano cantando: al principio boleros, como me hizo a mí… luego canciones de amor, finalmente, con el mayor de los descaros, agregaba estribillos picantes. Así no se puede fumar, no es serio. Le dí el habano a mi vecina: entre sus manos se me fue gozoso, humedeciéndose… a ella sí que le decía fúmame, hazme ceniza. Así es la vida: mañana me haré con un “Churchill”… me parece un tipo más serio.

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